En 1905 Einstein publica el artículo “Heurística de la generación y conversión de la luz” que marca el camino hacia una nueva etapa en la historia de la energía solar. Sus aportaciones permitieron a otros miembros de la comunidad científica entender el efecto fotovoltaico y aplicarlo de una forma más efectiva.
Sin embargo, no fue hasta 1954 cuando, al fin, Bell Laboratories consiguió crear la primera placa solar que funcionase comercialmente. Eso sí, su eficacia era del 6%.
Estas primeras placas solares se empezaron a utilizar en los satélites que se enviaban al espacio, alargando en muchos años su vida útil. Pero producir células solares que pudiesen soportar el clima espacial era tremendamente caro. Nadie por aquel entonces podía imaginar que algún día habría placas en, por ejemplo, una vivienda unifamiliar.
A finales de los 60 empezaron a producirse placas solares con materiales más baratos que permitían usar la tecnología en la tierra, pero seguían siendo muy caras y sólo las grandes empresas podían permitírselas.
En aquellos años las motivaciones para recurrir a la energía solar eran puramente económicas, no respondían a una conciencia medioambiental. No fue hasta 1962, año en el que la bióloga marina Rachel Carson advirtió de los peligros del uso masivo de los plaguicidas como el DDT, empezando a generar conversación sobre el impacto medioambiental de la actividad del ser humano.